Opinión
Imagen: Joaquín Salguero
Recularon
con Etchecolatz, recularon con Pando, recularon con Astiz. Dejaron en
libertad a Zannini y a D’Elía. No pueden con la economía ni con el
descontento. Y van a seguir reculando. Si hasta sus aliados radicales
los putean, en Mendoza, en el Chaco, en Córdoba y otras provincias. Y el
24 fue un espectáculo glorioso el desplazamiento incesante de cientos
de miles de compatriotas que coparon avenidas y plazas, y no sólo la de
Mayo en Buenos Aires. Con tormentas y aguaceros en medio país, en la
amarilla Córdoba hasta el diario oficialista La Voz del Interior tuvo
que reconocer ayer domingo que hubo más de 120 mil manifestantes en las
calles. Y en Tucumán y en Posadas y dondequiera, los globos amarillos
parecían desinflarse y desteñir.
Y es que, como decía Mario Benedetti hace añares, a estos tipos si no
los despeina el viento los va a despeinar la Historia. Y es lo que está
sucediendo.
La movilización del 24 fue extraordinaria, impactante, si bien
todavía hace daño –maldita sea– la vieja enfermedad del sectarismo.
Porque hay que decirlo aunque a algunos no les guste: fue doloroso que a
eso de las seis de la tarde y luego de una jornada luminosa en todos
los sentidos, mientras media Plaza de Mayo se retiraba por avenida
Belgrano, por otras calles llegaban contingentes con otras banderas pero
afirmando lo mismo: Memoria, Verdad, Justicia.
Pero más allá de sectarismos, hay algo que se mueve en los sótanos de
la Patria. Esa es la esperanza. Con ella se podrá sacar a votazos a
estos tipos en 2019. Pero hay que organizarse, claro, y ése sí que es un
problema. El peronismo solo no va a poder. Más allá de candidatos, y de
buenas voluntades mezcladas con cretinos ultraconocidos, solos no serán
gobierno. Y si llegaran a serlo, no durarían tres meses sin pelearse
como gatos en bolsa.
La Historia enseña que lo único que no se puede hacer con la Memoria
es derrotarla, pero también enseña que la grandeza política en estas
pampas es escasa. Y que las ambiciones son tan dañinas como las
corrupciones, quizás, seguramente, porque su etiología es una sola.
Por eso no terminan de entusiasmar los aprestos de algunos dirigentes
con prestigio y arraigo en provincias. Porque los palos en la rueda son
el rasgo más común de la historia política argentina: desde el roquismo
oligarca a la primera experiencia popular yrigoyenista, y en cada
experiencia de afirmación nacional y ascenso popular posterior –léase
peronismo del 46-55 y kirchnerismo del tres al quince– no fueron
solamente los adversarios los que provocaron las derrotas.
Cierto que el pueblo fue confundido arteramente en el final del
cristinismo; lo engañaron fiero y de puro desconcertado votó como votó. Y
por eso ahora le cuesta tanto y va de a poquito venciendo el
desaliento, y por momentos hasta con miedo porque ya se dio cuenta de la
violencia de que son capaces los estafadores.
Por eso las culpabilidades –o responsabilidades, para decirlo en
clave delicada– no le incumben tanto a esa pobre inocencia manipulada y
abusada, sino y sobre todo a dirigencias traidoras –partidarias,
sindicales y sectoriales– y ni se diga a empresarios y ruralistas
transnacionalizados y evasores, y a banqueros y especuladores al
servicio del FMI y de toda la caterva mundial explotadora y corrupta.
Hay demasiada podredumbre alrededor, y lo más grave es que parece
naturalizada.
Pero si por un lado la estafa fue enorme, por el otro la memoria es
irreductible. Entonces, a todos se les ven las costuras y lo mal que
huelen dentro de sus trajes de miles de dólares. Día a día se les ve lo
corruptos y así la gente del pueblo empieza a leer claro, como si
estuviera aprendiendo a ver por encima de los graznidos de los cacatúas
de la tele oficialista, que es casi toda.
¿Quién no tiene un amigo que votó a estos tipos, y hoy está
arrepentido porque aprendió, en la malaria, el dolor y el desamparo, a
ver su propia metida de pata? No lo dirán, por vergüenza o necedad –y no
hace falta refregarles la culpa pues son víctimas también ellos– pero
están furiosos consigo mismos por cómo votaron en noviembre de 2015.
Todo eso es también nuestro problema. De todos y todas. Del campo
nacional y popular, y el primer paso para resolverlo es admitir que es
un problema muy serio y difícil de resolver. Por eso, en El Manifiesto
Argentino venimos hablando de Confluencia Nacional y Popular. De
confluir los diferentes, pero igualados en la pasión patriótica, la
decencia y las convicciones nacionales y populares.
Juntarnos con los socialistas, con las izquierdas no dogmáticas y abiertas, con las mujeres y l@s
jóvenes de todas esas expresiones. Además del peronismo. Y del
kirchnerismo, desde ya, de cajón. Y con los radicales nacionales y
populares, a los que hay que ayudar porque, como los peronistas, tienen
siempre adentro esa corrosiva contradicción que es la derecha
antinacional.
Ya lo decía Alfonsín, Raúl, a quien convendría recuperar: “No habrá
radicales ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas cuando se
trate de terminar con los manejos de la patria financiera, con la
especulación de un grupo parasitario enriquecido a costa de la miseria
de los que producen y trabajan (...) No habrá radicales ni
antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas sino argentinos unidos
para enfrentar al imperialismo en nuestra patria. La construcción y la
defensa de la Argentina la haremos marchando juntos, aceptando en
libertad las discrepancias, respetando las diferencias de opinión,
admitiendo sin reparos las controversias en el marco de nuestras
instituciones, porque así y sólo así podremos lograr la unión que
necesitamos para salir adelante”. Nosotros lo llamamos Confluencia
Nacional y Popular.
Lo único que no se puede hacer con la Memoria es derrotarla. Pero ojo
que al sectarismo tampoco y su especialidad es enturbiar y estar al
servicio, aunque sea involuntario, de los peores.
Fuente:Pagina/12
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