El neoliberalismo, al acecho del Estado de Bienestar europeo





Muchos de los países europeos han gozado de estándares de calidad de vida ubicados entre los más altos del mundo. En gran parte eso se debió a una división internacional del trabajo que configuró patrones de dependencia, relaciones de intercambio desiguales e intervenciones en otras regiones del mundo guiadas por una lógica de acumulación depredadora. Este proceso facilitó la creación del llamado Estado de Bienestar, fuertemente demandado por el movimiento obrero organizado y sus partidos políticos. A pesar de los fuertes recortes que dicho Estado sufrió a partir de 1980, esos países lograron sostener en el tiempo un conjunto de conquistas que comparadas con la situación de Latinoamérica, colocan el listón aún muy por encima de la realidad de los trabajadores y sectores populares de esta parte del mundo.
Sin embargo, en años reciente (en especial desde el 2008), la crisis capitalista también se hace sentir con fuerza en los países europeos encorsetados en lo que dictaminan los organismos que conducen la Comunidad Europea. La receta neoliberal se extiende de manera dramática por toda Europa con su consabido ajuste fiscal (que en los países del sur europeo es mucho más alto que en los del norte) y su consecuencia devastadora sobre el mercado de trabajo. Sólo para representar con elocuencia lo que ello implica, España posee una tasa de desocupación de los jóvenes del 50%.
Entre el discurso que sostenía que “se estaba accediendo al primer mundo”, machacado en Latinoamérica durante los noventa, y formar parte de la “Europa pujante”, instalado en los países del sur europeo, existe una conexión ideológica guiada por la ilusión del alto consumo de una parte de la población que fue proyectado al resto de la sociedad hasta el cansancio. En los casos español y griego, el estancamiento económico ha puesto sobre el tapete en términos económicos el inusitado endeudamiento externo y la lógica de acumulación financiera sostenida a cambio de un ajuste sobre la educación, el sistema científico y el sistema de salud; en términos políticos comienzan a ponerse en cuestión los regímenes políticos con el ascenso de Podemos en España y Syriza en Grecia. Ambos vienen renovando las expectativas de una sociedad aparentemente anestesiada y desilusionada con la política en cuanto instrumento de transformación social. Tal vez uno de los mayores éxitos del neoliberalismo en todas las regiones donde viene penetrando es haber logrado pulverizar la potencialidad de cambio que tiene la política y neutralizar la participación popular acotando los espacios democráticos. Ese cercenamiento de la política llevó a un descreimiento en los partidos tradicionales que aplican sin muchas diferencias las recetas neoliberales. Todo ello coloca a Europa frente a variados escenarios: la austeridad promovida por Alemania; el auge de la ultraderecha neofascista (que bajo un discurso nacionalista también esconde el ajuste), y las nuevas experiencias partidarias de participación popular que abrevan en un ideario dispuesto a rever el sitio al que fueron condenados muchos de los países europeos.
A partir de este cuadro general, los países nórdicos y también Bélgica aún están enfrentando el ajuste o su total implementación y alcances. En este último país la principal organización social que viene resistiendo es el sindicalismo. Asentado en un fuerte actor sindical que posee más del 70% de afiliación, presencia en los espacios productivos, una legitimidad política significativa y capacidad de movilización, el 6 de noviembre las tres centrales sindicales se expresaron en una manifestación contra las políticas de austeridad. Allí han convergido la Central Sindical Socialista (FGTB), la Central Sindical Cristiana (CSC) que entre ambas concentran a la mayoría de los afiliados y la pequeña central de extracción liberal. Congregó a más de 120.000 trabajadores de todo el país constituyéndose en la manifestación más importante de los últimos 10 años y para algunos dirigentes sindicales incluso la segunda más numerosa desde la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un sindicalismo que logró jalonar un conjunto de conquistas laborales que el gobierno de derecha anclado en los partidos flamencos del norte pretende erosionar. Entre ellas el aumento de la edad mínima para la prejubilación (de 65 a 67 años), la reducción del presupuesto destinado a ayudas sociales, así como de los pagos a trabajadores a tiempo parcial y a los desempleados, un aumento en los impuestos para los asalariados, la desvinculación de los sindicatos en el control y gestión de los seguros de desempleo y el fin de la indexación automática.
Es que por primera vez, tras las elecciones de mayo de este año se constituyó un gobierno que no responde a la tradición negociadora entre el capital y el trabajo que comenzó en 1919. Dicho gobierno tiene como primer ministro a un miembro del Movimiento Liberal Flamenco (Charles Michel), pero el principal partido de la alianza es el Partido Independentista flamenco (Nueva Alianza), además del Partido Liberal flamenco. Y es la expresión política de los grupos económicos más poderosos de la región industrial más pujante, Flandes, y con un puerto clave para el comercio mundial (Amberes). Contrasta esta realidad con la antigua zona industrial minera que dio origen a la primera fase de industrialización belga. Si bien la radicalidad independentista de los flamencos no es tan evidente hoy como en otras regiones de Europa (por ejemplo Cataluña), resurge en un clima de época que está marcando otro eje de tensión en la constitución de los Estados-naciones y en la propia Comunidad Europea.
Lo que está en juego es la capacidad de sostener las conquistas históricas de los trabajadores de Bélgica: una clave para ello será la posibilidad de que las centrales puedan mantener grados de autonomía que coloquen los intereses de sus dirigidos por arriba de las vinculaciones partidarias e identitarias. Una señal alentadora es la fuerte participación del sindicalismo de extracción social cristiana que hace pie en el norte del país, desde donde viene avanzando la propuesta de ajuste. Mucho de lo que acontezca se va a dirimir en una serie de huelgas programadas de manera escalonada en todo el país y que terminarán convergiendo el 15 de diciembre en una huelga general nacional.
Fuente:Miradas al Sur

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