La reinvención sindical


Por Paula Abal Medina. Fábrica y territorio, trabajo y vida, trabajadores con y sin patrón, trabajadores de la economía popular. Una organización gremial que se expande desde la parte al todo. Crónica sobre las realidades de laburantes ladrilleros que están fabricando un nuevo sindicalismo multiforme.

La Unión Obrera Ladrillera de la República Argentina (UOLRA) es un sindicato dedicado a encarnar la heterogeneidad: trabajadores con patrón y “sin patrón”, de grandes fábricas y de cachimbos, con salario y sin salario, mensualizados y a destajo, laburantes con patrón oculto, trabajadores migrantes “con papeles y sin papeles”, obreros organizados en pequeñas cooperativas. Su secretario general, Luis Cáceres, tiene una larga militancia política, integra el Movimiento Evita, y se propuso fusionar sindicato y territorio, para instalarse justo en la Confederación General del Trabajo (CGT).

La cuantificación de trabajadores de esta trama opaca y fragmentada arroja números inciertos. En la actualidad se suele afirmar que son alrededor de ciento sesenta mil las familias que viven de la fabricación del ladrillo artesanal. La cantidad de trabajadores de la actividad es muy oscilante. En 2016, el peor año desde 2001, el sector registró una profunda crisis. En 2017 hubo una leve suba con respecto al crítico 2016. Y el 2018 vuelve a paralizar muchos hornos poniendo en riesgo las frágiles economías de las familias ladrilleras.

La conducción actual del sindicato se ha propuesto transformar la cifra anónima en un registro contante y sonante de trabajadores. Es un paso imprescindible para sostener el proceso de organización y recuperación de derechos. Aunque no resulta sencillo llegar hasta los miles de hornos ocultos arrinconados por el extenso territorio nacional, la UOLRA ha logrado presencia en casi nueve mil hornos, registrando a unos treinta y dos mil trabajadores.


La historia que ya se ve

Cuando el ex ministro de Trabajo, Carlos Tomada, dispuso a fines de diciembre de 2012 la intervención del gremio –que acumulaba un homicidio adjudicado a la interna sindical–, Cáceres resultó un candidato con credenciales para asumir como delegado normalizador. Durante nuestro intercambio menciona una: no soy ladrillero pero soy morocho. “Morocho de verdad”, me dijo un delegado de hornos familiares, como si algo los uniera.

Luis nació en 1958 en el Hospital Eva Perón del partido bonaerense de San Martín, y vivió con su familia en una villa hasta los doce años. Tuvo suerte porque el padre cayó del lado del ejército industrial de reserva, sorteando la masa marginal que entonces conceptualizaba José Nun, y ese destino fue solo transitorio. “En las villas de aquellos tiempos no había comedores, las organizaciones libres del pueblo eran otras: sociedades de fomento, cooperadora escolar, el club, el centro de jubilados”, cuenta Cáceres. Fue en Grand Bourg donde, con terreno propio, inició su militancia política en un grupo juvenil del barrio Estudiantes. Formó parte de Intransigencia y Movilización Peronista, agrupación creada por Montoneros al final de la última dictadura. Durante la década del noventa incursionó en la militancia sindical como trabajador municipal de General Sarmiento.

El nuevo movimiento obrero organizado tiene, al menos, tres décadas y un extenso despliegue de conflictividades: puebladas, tomas de tierras, resistencia organizada a los desalojos, el territorio reconfigurado por el plato de comida, los cortes de ruta desde Cutral Có, Plaza Huincul, Tartagal y Mosconi, la consolidación de las organizaciones populares en los territorios disputando planes, la constitución de un movimiento piquetero con epicentro en el conurbano bonaerense, la recuperación de fábricas, la organización en cooperativas, la disputa por la acumulación en el Estado, la creación de una herramienta gremial: la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), las nuevas institucionalidades populares (AUH, monotributo social, salario social complementario), la interpelación feminista a las relaciones sociales de vida y trabajo y al poder sindical, la articulación con la CGT. La historia que ya se ve.

Juan Carlos Schmid es el dirigente cegetista que define una de las direcciones de la transformación social de este tiempo: “Del Movimiento Obrero Organizado al Movimiento de Trabajadores”, dice una y otra vez. Con un gobierno emergido de las patronales, la CGT no puede cerrarse sobre sí misma sino buscar eliminar el desfasaje que hay entre la estructura sindical y el mundo real de los laburantes. Pulsear para modificar la correlación de fuerzas interna de una institución con inercias conservadoras. Por eso una escena política se repite en barrios, edificios sindicales, en la protesta callejera y en muchas regionales normalizadas. Reúne a los colectivos de trabajadores y a sus referentes: Juan Carlos Schmid con Luis Cáceres, el Gringo Castro y otros dirigentes de la CTEP, la Juventud Sindical y algunos otros sindicatos de la CGT.


Un sindicalismo multiforme

Los ladrilleros tienen alrededor de un diez por ciento de trabajadores registrados, el resto – un resto del noventa por ciento – transita entre la economía informal con patrón oculto y lo que en los barrios cada vez más se nombra como “economía popular”. Por eso a principios de 2016, la UOLRA modificó su estatuto para abarcar todo tipo de fabricación de ladrillos y para ejercer la representación de los trabajadores registrados, los informales y los de la economía popular. De la parte al todo.

Mientras que en las fábricas el repertorio de organización es el conocido -registro de todos los trabajadores, cumplimiento del convenio, organización gremial de los lugares de trabajo con elección de delegados, realización de asambleas y participación en la vida sindical- en la economía informal el sindicalismo se hace sobre un terreno minado. La primera tarea es encontrar a los trabajadores, dar con ellos. Suncho Pozo, Islas Apipé Grande y Apipé Chico, Pirané, Río Muerto, Aldea San Juan… en las charlas surgen “destinos remotos” para cualquier porteño. Dice Cáceres: “Como los compañeros de Santiago, en Suncho Pozo, en Añatuya hay un paraje en el que viven más de cincuenta familias, casi todas son ladrilleras, y ahí no tienen agua, no tienen luz, están en el medio del monte santiagueño ¿cómo hacen para vender el ladrillo? Son como 12 kilómetros por una senda que no se puede ni caminar”. En medio de una desconfianza feroz fundada en las mil defraudaciones que viven los ladrilleros de la economía informal, el sindicato intenta plantar bandera. Anotar a los trabajadores, con nombres y apellidos, el horno en el que producen, dónde viven, cuánto pagan los insumos, quién se los vende, de quién es la tierra, a cuánto le compran la producción, el estado de sus instrumentos de trabajo… Reconstruir la trama del trabajo y de la vida, de la producción y el modo bajo el cual la hiper-explotación se combina con la desposesión. El desafío es entonces la conversión de la economía informal en una economía política popular: la inscripción de los trabajadores en el monotributo social, la conformación de cooperativas entre trabajadores de los hornos, las luchas por la obtención de tierras, la construcción de un galpón donde acumular la producción conjunta, el acuerdo entre los distintos hornos de una zona para no vender ladrillos por debajo de cierto precio, la compra en conjunto de los insumos, la fabricación de instrumentos de trabajo (como la cooperativa Fátima de Santa Elena), la elaboración de proyectos productivos para financiar las iniciativas a través de programas vigentes en reparticiones municipales, provinciales y nacional, asegurar el compre estatal de la producción de ladrillos para abastecer programas de vivienda. La creación de Parques ladrilleros de la economía popular (como el creado en San Juan) y el acceso al salario social complementario.
En medio de una desconfianza feroz fundada en las mil defraudaciones que viven los ladrilleros de la economía informal, el sindicato intenta plantar bandera. El desafío es la conversión de la economía informal en una economía política popular..
Una máxima del pensamiento ladrillero: poner los pies en el plato sindical. Actualmente tienen 28 delegaciones en el país y presencia en 17 provincias. Los ladrilleros están inventando un sindicalismo en la juntura. Adolfo Gilly, retomando a Gramsci, definió el lugar de la juntura de este modo: “allí donde duele, donde arde, donde está más viva y menos cristalizada la relación, donde la actividad humana se manifiesta y se rebela dentro de una hegemonía que, para seguir siendo tal, se ve obligada a cambiar”.
Astillas del mismo palo están abriendo las compuertas de la histórica Confederación. En 18 regionales se han creado, por decisión del Consejo Directivo de la CGT, Secretarías de la Economía Popular a cargo de dirigentes de la plaga UOLRA: Paraná, Gualeguay, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay en Entre Ríos. En Córdoba, Tucumán, Obligado (Santa Fe), Santiago del Estero. En Lomas de Zamora, Moreno, Morón, La Matanza, en la regional que abarca Quilmes, Florencio Varela y Berazategui, en Pilar, en la regional de Zárate y Campana. Azopardo aún resiste.
Por eso a principios de 2016 la UOLRA modificó su estatuto para abarcar todo tipo de fabricación de ladrillos y para ejercer la representación de los trabajadores registrados, los informales y los de la economía popular.
Paso seguido, los dirigentes de la UOLRA impulsan la recuperación de una figura en desuso: el delegado fraternal. Y suman referentes de la Confederación de la Economía Popular por muchas regionales. La construcción común entre CGT y CTEP expande los márgenes del movimiento de trabajadores de la Argentina, haciendo juntura donde había frontera.

Asamblea en fabrilandia

Una jornada de las que se graban como en tiempo real. Ocurre a mediados de 2017. Nos encontramos en una YPF de Florencio Varela con el Japo, Santos, Pelé y Armando (que no es Maradona pero…). Nuestro primer destino: Frabriland. Aurelio, el dueño, es el lumpenburgués de Varela.

Nos recibe un cartel con garita y barrera: “ATENCIÓN: ESTABLECIMIENTO PRIVADO. ÁREA RESTRINGIDA. PROHIBIDA LA ENTRADA. TODA PERSONA SIN PREVIA AUTORIZACIÓN ESCRITA SERÁ CONSIDERADO INVASOR A LA PROPIEDAD”. “Es que manejan mucho efectivo, el año pasado entraron y les llevaron seiscientos mil pesos” –explica el Japo– y agrega sobre Aurelio: “aprendió a respetar al sindicato”. Tener con quién negociar es un lujo en medio de patrones ocultos en lugares de trabajo imposibles.

Con la camioneta del sindicato pasamos sin más. Una interminable gradación de grises enlentece la escena: el pisadero, carretillas, palas, los moldes de cortadores, la cuidadosa geometría de ladrillos secándose sobre el piso, las montañas con apilados ya secos. Para los ladrilleros cada tonalidad tiene un significado: el nivel de humedad, el tipo de mezcla, la fusión lograda. La ropa de los laburantes aporta los colores de la escena. Sin vestimentas de trabajo, sus atuendos quiebran la monotonía, salpicados de pies a cabeza. La camiseta de un bostero, algunas gorras del sindicato naranja chillón. Pero lo que predomina son los chullos, gorros tejidos con orejeras característicos del altiplano andino. La raíz que no resignan.

Una veintena suspende la producción y se va congregando. Al principio se mantienen laterales, sin vencer la desconfianza. Miran el piso, se esquivan. Tras media hora de discusión se dibuja el círculo. Hay que elegir un nuevo delegado del sector de cortadores. “El compañero está enfermo por eso no puede seguir, tenemos que reemplazarlo”. Enferma agacharse miles de veces al día, cargar el barro en el pisadero, transportar las carretillas, el cortado, el apilado y la tapada que hace que la jornada no termine. Está fresco y hasta hace unos minutos las manos trabajaban con el molde y cortaban, al desnudo, el barro gris.

Las miradas de muchos jóvenes se elevan hasta Vicente, que parece un hombre mayor: su delgadez, la piel ajada, postura encorvada y manos curtidas. Vicente podría traerles el futuro, como canta el Indio. ¿Tendrá Vicente una casa de ladrillos en la cual curarse? ¿De qué vivirá si no puede volver a trabajar como ladrillero? ¿Qué será de todos? El sindicato trabaja intensamente en una Ley de Jubilación Anticipada. Si estuvieran acá comprenderían todo, porque Vicente tiene cuarenta años.

El momento histórico no ayuda. Luis Cáceres lo dice en un discurso: “hasta ahora los trabajadores, después de las primaveras, siempre volvimos al invierno”. En este invierno lo que están pergeñando con su ideología de la productividad son proyectos para prolongar el tiempo de la vida que se destina a trabajar, limitar los montos de indemnización por despido, la posibilidad de resarcimiento de los obreros y también la de defenderse a través de la protesta. La iniciativa política del nuevo gobierno se inspira en tres atributos que son imputados a los trabajadores: vagos, sospechosos y piqueteros.

Cuentan que esta es la fábrica de ladrillos más grande del país. Más tarde hacemos un recorrido por media docena de pequeños hornos diseminados en los campos de Varela y zonas adyacentes. Entonces Frabrilandia me resulta un gigante.

Los dirigentes del sindicato tienen como un radar con los hornos clandestinos. La destreza nueva de un dirigente es encontrar los trabajadores escondidos. El patrón Aurelio, un bicho demasiado grande para no ser visto, había intentado esconderlos un día de junio de 2012 cuando la AFIP realizó allí un operativo. Desde entonces Aurelio Andrade tiene una causa penal por trata de personas. Fueron hallados 138 trabajadores en los alrededores del predio, seis de ellos niños. Cumplían jornadas de 16 horas y debían aportar dinero para mantener el servicio de energía eléctrica de la fábrica.


Quién te ha visto y quién te ve

Para concretar la asamblea suspenden casi dos horas la jornada: tiempo sindical en detrimento de sus bolsillos. “No pasa siempre”, aclara Santos. Los trabajadores rompen el hielo con un reclamo a los dirigentes sindicales de la regional. También están presentes Beto Vicenzi y Ana Lemos de la Comisión Directiva de UOLRA nacional. Con ellos compartimos viaje desde Almagro, con extravío incluido por calles de tierra y carcazas de autos quemados, hasta dar finalmente con el punto de encuentro.

“Llamamos hace más de quince días para que venga el sindicato y no vinieron”. Armando interviene primero: “La realidad de los ladrilleros en otros hornos es muy brava. No podemos venir todo el tiempo.” El Japo hace sede en otra idea: “el sindicato está acá todos los días, porque tienen dos delegados. Esta fábrica está organizada”. El Japo se llama Hugo Romero y es Delegado de la UOLRA en la zona.

Los cortadores quieren hablar de la paritaria, saber bien qué pasó en la última negociación colectiva. Comencé a observar la escena con solemnidad, sintiéndome testigo de un momento extraordinario. En mis primeras investigaciones de campo en establecimientos de grandes cadenas de supermercados, a fines del año 2000, “negociación colectiva” o “paritaria” eran palabras irreconocibles. En La sociedad del desprecio, Axel Honneth describe diversos procedimientos de exclusión, uno de ellos la “desverbalización”. La historia del robo de la lengua obrera.

Armando López tiene unos treinta años. Llegó desde Bolivia con su familia en el 2006. Trabajó en hornos en Mendoza, Bahía Blanca y Buenos Aires. Desde agosto de 2015 se desempeña como Secretario de Capacitación en Seguridad e Higiene del gremio a nivel nacional. Su bautismo sindical fue como delegado de un horno mediano cercano a Fabrilandia. En “su” horno, la Universidad Arturo Jauretche filmó el documental Ladrilleros. Armando apareció en la pantalla grande cuando el pasado doce de julio el documental fue proyectado en la Sala Felipe Vallese de la CGT. Dice: “tengo miedo de mí mismo, porque uno siempre se pregunta: mirá este dirigente que pintaba tan lindo y en qué se transformó. Mi peor miedo es convertirme en una cosa así y defraudar a los compañeros, que un día me apunten y digan ‘mirá, este nos cagó”. Luego agrega: “lo que yo sí tengo bien claro es que este sindicato sea para los trabajadores, es lo que siempre voy a defender. Es un juramento que yo tomé”.

Ni bien el primer cortador menciona la palabra “paritaria”, Armando abre el bolso y extrae una hoja que lleva los logos de UOLRA y CGT. Allí figura la nueva grilla salarial. Lo que se obtuvo es una suba del veinte por ciento, en dos partes. La escena da un vuelco. Armando entrega la hoja a uno de los cortadores que está parado sobre un pequeño muro desde donde lidera las quejas. Se acercan varios, inspeccionan la información, comentan entre ellos. Realizan preguntas puntuales y precisas. Saben de qué se trata. Armando explica el detalle.

“No queremos tener delegado”, dirán más de una vez con firmeza. Armando, El Japo, Santos y Ana argumentan de todas las formas posibles: el delegado es el sindicato en la fábrica y la fábrica en el sindicato. La doble garantía: poder y transformación. Santos repasa la historia reciente para ponerle carne viva a sus recomendaciones: muestra la línea de acumulación, tenue pero direccionada, conseguida a fuerza de organización. ¿Ustedes se acuerdan cómo estábamos antes? Y ejemplifica.

Un trabajador responde y hace la diferencia: “acá no se trata solo de quién se postula como delegado, el tema es si todos nos comprometemos y el día que el delegado va a reunirse al sindicato somos capaces de asegurarle el apilado para que no se termine perjudicando y cobre menos”. En el sistema a destajo no hay excepciones, todo corre por cuenta del trabajador: enfermedades, condiciones climáticas, actividad sindical.

Se postulan cuatro compañeros. Por fin el ambiente se distiende. Se miran, se cargan y ríen. Santos anota los nombres en fila en una hoja en blanco, que gira en círculo de mano en mano. Se apuntan los votos. Aplausos prolongados para los delegados: el saliente y el entrante.


Cuerpo a cuerpo

Kilómetros de camino de tierra que no podían desembocar más que en la nada. Pero más allá de las ramas que angostan el camino, se adivinan los apilados y alguna pequeña construcción precaria.

La vieja camioneta lleva una inmensa inscripción en el capó: “Ladrilleros”. También el logo de la CGT en su puerta derecha. Un gesto de terquedad en las profundidades del conurbano que no puede ocultar la brutal dificultad de la forma política de organización de los trabajadores. ¿Cómo se hace sindicato con un patrón oculto? ¿Buscándolo? Si lo encuentran, ¿qué ocurre? Ninguna adrenalina, más bien una certeza: el propietario de la tierra “los raja a todos”, al arrendatario y a los trabajadores. Los laburantes de estos pequeños hornos vienen mayormente de Bolivia para trabajar durante la temporada. El trabajo se vuelve estacional porque es “sin techo”. Durante las épocas de lluvias se suspende para evitar que se arruine la producción. También es sin baño. “No hay nada”, resume Armando. “El que lo hace no piensa invertir en el campo. El campo no es suyo. En un campo así lo único que hay son las pilas y el horno. No hay techo para cambiarse, no hay agua, no hay nada”.

El patrón se borra cada vez que la actividad disminuye su rentabilidad o implica algún riesgo. “El truco consiste en no dejar que nada se te pegue”, dice Richard Sennett para caracterizar la lógica de estafa del capitalismo actual. El patrón alquila la tierra a cambio de un porcentaje de la producción. El porcentaje varía pero en algunos casos llega al cincuenta o sesenta por ciento de lo producido. Extranjeros y sin papeles, la ecuación más beneficiosa para el poseedor de tierras. El patrón que manda a esconder a los trabajadores en el monte y el patrón que se oculta cada vez que la torta se achica. Una disyuntiva abrumadora.

La actividad que les da de comer cayó mucho, en especial durante 2016. Indefectiblemente surge la añoranza por el anterior ciclo político. “Con Néstor y Cristina se sacaban los ladrillos calientes, las hornallas se abrían calientes”, dice José Ortega, hijo y nieto de ladrilleros. También cuenta que Tomada visitó el sindicato. Y del acto en la Casa Rosada para la firma de un programa de apoyo al trabajo ladrillero. Las fotos de aquel evento se exponen en la sede nacional del gremio.

“Vos tenés que hablar con Ortega”, veredicto unánime de cada trabajador con quien conversé. Nació en Argentina, vivió dentro de un horno hasta los siete años y desde siempre trabaja como ladrillero. Pero es maquinista. Durante mucho tiempo ganó casi el doble que su padre. Nos cuenta sobre la huelga triunfante de 85 días de 1946 y también la de fines de 1989. Esta última la vivió en carne propia y pasó las fiestas más tristes que recuerde. Ortega habla pausado, tiene un registro meticuloso. Cada tanto destaca con módica sorna un rasgo atípico: recorta el objeto extraño a la escena. Se remonta a 2012 cuando era delegado de un horno en Cañuelas y a raíz del nombramiento de Luis Cáceres como nuevo interventor sindical, decide ir hasta la sede central del sindicato: “vengo porque quería saber cómo va a ser la situación, los compañeros del horno están preguntando si quedamos a la deriva otra vez. ‘Esto va seguir como tiene que ser’, me dijo uno que me recibió y que se agendó llamarme para una reunión con Cáceres. Yo me volví mal, llegué al horno y conté: ‘qué sé yo lo que pasa allá en el sindicato. Está todo raro: encontré dos mujeres, bajó un hombre barbudo de musculosa, con short y sandalias y dice que nos van a llamar”.
Con 35 años de antigüedad en el oficio, Ortega votó en su horno el 21 de mayo de 2015 cuando fueron convocadas elecciones para definir autoridades sindicales y dar por concluida la intervención. Había depuesto en alguna generación futura el protagonismo de la historia “ellos tal vez lo vean, yo no”, pero ahora vuelve sobre sí mismo: “pude ver un horno votando”. Desde entonces se desempeña como tesorero de la UOLRA, delegado de Cañuelas y, más recientemente, como vicepresidente de la obra social del sindicato.

Ahora Armando, Japo, Pelé y Santos, caminan hasta los apilados. Hay algunos cortadores, pocos, porque la actividad no repunta. El trabajo del ladrillero se complementa con la actividad en quintas hortícolas o en talleres de costura. “Lo malo es que la actividad textil también disminuyó mucho”, dice Pelé. “Ha disminuido la llegada de los trabajadores ‘golondrina’. Por el parate que sufrió la actividad y porque la atmósfera se cargó de racismo”.
El patrón que manda a esconder a los trabajadores en el monte y el patrón que se oculta cada vez que la torta se achica. Una disyuntiva abrumadora.
La escena es muy similar en cada pequeño horno: algo tensa. Los dirigentes sindicales se acercan, conversan con los trabajadores. El arrendatario corta o apila como el resto. Llenar los carretones, puntear la tierra seca, cargar el pisadero. Pisadero es el lugar donde se hace la mezcla del barro para el ladrillo. Se hacía con los pies, de ahí su nombre. También con caballos. “Yeguarizo” llamaban al trabajador que manejaba los caballos. Ortega cuenta que los yeguarizos andaban calzados y no fue fácil reemplazarlos por máquinas. La mezcla en el pisadero está mayormente mecanizada con tractores. Pero en los pequeños hornos, también llamados cachimbos, el cuerpo vuelve a ser a la vez creador e instrumento de trabajo. El tipo de tierra que se elige, los materiales que se usan para ligar, los saberes que intervienen en la preparación del ladrillo. En muchos de los hornos que recorrimos se utiliza material de descarte de cuero de curtiembre, una suerte de viruta blancuzca que tiene cromo y por eso debe almacenarse en lugares cerrados. Produce también un olor desagradable. Pero como en estos hornos no hay nada, el descarte de las curtiembres contamina libremente la tierra y los trabajadores.

El cinismo neoliberal celebra: “La opción de los informales –la de los pobres– no es el refuerzo y magnificación del Estado sino su radical recorte y disminución. No es el colectivismo planificado y regimentado sino devolver al individuo la responsabilidad de dirigir la batalla contra el atraso y la pobreza. ¿Quién lo hubiera dicho? Esos humildes desamparados, para quien escucha el mensaje de sus actos concretos, no hablan de aquello que predican en su nombre tantos ideólogos tercermundistas –la revolución, la estatización, el socialismo– sino de democracia genuina y auténtica libertad”, escribe Mario Vargas Llosa en 1986, desde Londres, en el prólogo al libro El Otro Sendero. Convertido a la política, exponente de una derecha liberal puesta a combatir la experiencia de lucha armada de Sendero Luminoso, se abocaría como un devoto a fundamentar el equilibrio espontáneo de los pobres y la necesidad de bregar por un “mercado libre sin Estado patrón”.

Los ladrilleros pechean. En tiempos de más actividad buscan que los trabajadores de los patrones ocultos ganen por encima de lo que establece el convenio. Que la ilegalidad cree una ínfima diferencia a favor, en el reino de la adversidad. Se han propuesto una tozudez: estar, estar ahí. Libran una lucha cuerpo a cuerpo para eliminar la libertad de ser solo un informal más.


La tierra ajena

El Barrio Los Hornos está a unos pocos kilómetros del centro de Paraná. Grandes cocinas ladrilleras se instalaron allí unos 27 años atrás. Toda la zona estaba repleta de canchas y tinglados, se quemaban más de cincuenta mil ladrillos por día. Los patrones no eran los dueños de las tierras, nos cuentan. “Nos trajeron en camiones, de a veinte o treinta en cada uno”. Después se fueron y ahora nos tratan como “intrusos”. “Eso es lo que a uno más le duele, duele demasiado porque nos trajeron para trabajar”.

Una larga y amena charla en la casa de Julio Alegre y su compañera, María. Van llegando otros ladrilleros, empapados. La zona se inunda pero esta vez el agua no ingresa a la casa porque llueve despacio, aunque sin pausa.

La tarde previa había sido opuesta en términos climáticos: pleno sol y el vientito justo. Las sillas de la casa salieron para afuera y descansamos después de una recorrida por los pequeños hornos de la economía popular. Más que nada escuchamos al Ruso -nadie le dice Julio- quien prolongaba la fiesta por el Día del Ladrillero con un relato vívido y por momentos desopilante. Hace unos veinte días armaron una enorme carpa blanca, muy bien equipada, del otro lado del arroyo. Igual que en 2016. Nos mostraron videos grabados con los celulares, fotos de las parrillas rebalsadas de pollitos dorados y varias otras carnes, largas mesas servidas, con manteles y vajilla blanca. El Ruso está sentado en una silla playera, fumando un pucho. Relata que al Tuca, ya en la madrugada, le apagaban la música para ver si se daba cuenta y paraba de bailar, pero seguía bailando como si nada. Una y varias veces. Otro ladrillero medio que lo imita. Nos reímos todos como si hubiésemos estado ahí apagándole la música al Tuca, comprobando que nada podía detener aquella fiesta.

El Tuca es Luis Jerez y con Federico Feltes andan juntos todo el día pateando la provincia y metiendo nuevas ideas en los encuentros sindicales. Es el responsable de la CTEP en Entre Ríos y Federico el delegado provincial de la UOLRA. Ambos integran la CGT Paraná, el primero como delegado fraternal y el segundo como secretario de la Economía Popular. Las delegaciones regionales de la CGT cuando se activan producen una fuerza social muy especial: comprimen las distancias, territorio y sindicato se agitan entre sí. Una juntada que colorea las partes. Como en la fiesta ladrillera; donde estuvieron dirigentes de la crema como el “Patita” Barbieri (de Dragado y Balizamiento y triunviro de la CGT Paraná) hasta el “Vasco”, que es el funcionario del gobierno provincial a cargo del cooperativismo.

El problema más grande que tiene la economía popular es el absolutismo del derecho de propiedad. La vida, el trabajo… ningún otro derecho puede oponérsele. Por eso la pregunta que desbarata sus reclamos en cada ventanilla estatal es siempre la misma: ¿tienen papeles? El Estado no derrama sin, al menos, un comodato por diez años sobre las tierras.

Luis Cáceres razona así: “pero están ahí de toda la vida, sus padres ya estaban ahí, son todos trabajadores de la economía popular, ya son de ellos esas tierras”. Pero como señala Daniel Bensaïd en Los desposeídos, la violencia estableció la primacía indiscutible del derecho de propiedad por sobre cualquier otro derecho, inclusive el derecho a la existencia, a la vida y el derecho a la posesión.

La secuencia histórica que más los ha beneficiado fue en el 2015: juicio por desalojo, orden de expulsión, 45 días de corte de ruta. El sindicato sostuvo el corte, ganándose la confianza de los trabajadores. Desenlace: les reconocieron el diez por ciento de las tierras inundables que habitan. Les otorgaron justo el pedacito repleto de pozos inundados, herencia de los patrones que esquilmaron la tierra buena para que otros fabricaran los ladrillos que vendían calientes. El Ruso cargó centenas de veces ladrillos aún encendidos. Y hace poco supo que no tiene huellas digitales. Probaron con los diez dedos en la AFIP, no hubo caso.

De los quince hornos que recorrimos, ocho estaban en funcionamiento. Uno de ellos pertenece a “el último romántico”, un joven concentrado que interviene para aportar precisiones técnicas. Construyó un dispositivo con un conjunto de engranajes que permite que la rueda del pisadero realice una mezcla mucho más pareja porque se mueve, radialmente, a una distancia regular. Replicó un diseño similar al de uno de los patrones que se fugó. “¿Cómo lo lograste?”, le preguntan. “La observé bastante en funcionamiento, sacamos muchas fotos y después fue prueba y error”. Ahora está terminando la segunda rueda con el mismo dispositivo y, con otros compañeros, se proponen hacer una suerte de instructivo para la fabricación. La invención se socializa rápidamente a través del tejido sindical y la esperan ladrilleros de otras localidades entrerrianas.
La mezcla en el pisadero requiere dos movimientos: uno circular, con un auto o camioncito que va girando; y otro radial, de adentro hacia afuera. El movimiento radial que en muchos hornos es por arrastre les recuerda la época en que los grandes patrones compraban pluma de pollos como junta. Ocurrió promediando los noventa. Parece que la viruta les resultaba muy cara. Porque nadie miraba qué pasaba en esos hornos y el costo laboral de enfermar trabajadores era exactamente cero. Los ladrilleros cuentan que el olor repugnante se les metía adentro y lo transpiraban.

La tierra es la discusión más elemental y la más estructural para que la economía informal transmute en economía popular. Néstor Kirchner en 2004 había metido una pequeña cuña al crear un Banco Social de Tierras Fiscales. Los ladrilleros de Los Hornos tienen identificados unos terrenos del ejército, que no se usan. ¿Podrán conseguirlos a cuenta de la riqueza que han producido, y de la vida que sacrificaron?
El problema más grande que tiene la economía popular es el absolutismo del derecho de propiedad. La vida, el trabajo… ningún otro derecho puede oponérsele
El Ruso nos dijo: “vi compañeros que murieron tirados. Antes cuando ya no servías te echaban al costado. Los maestros cortadores, los mejores. Personas muy guapas que dieron mucho. ¿Qué pasaba? Ellos se ponían mal porque con los años no llegaban a más de setecientos ladrillos, a veces solo quinientos. Y quizás cortaban tres mil antes. Querían sacar más pero ya no podían, entonces les agarraba esa cosa y dale al chupi, dale al chupi. Me acuerdo de Juan Carlos García, cuando lo encontramos en una chanchería, y lo llevamos a internar. Después Moyano, otro grande, casi terminó muerto en un tinglado. Por eso esto yo no lo hago solamente por los vivos, también lo hago por los muertos, por cómo los vi sufrir”.
¿Quiénes son los beneficiarios del sistema de desigualdad y del sistema de exclusión? ¿Cuáles son los derechos populares que haremos surgir de sus obligaciones incumplidas?
Los ladrilleros viven en ranchitos, así los llaman. Mayormente de madera y chapa, a veces alguna de las paredes es de ladrillo, y suelen estar recubiertos con bolsas negras. Al ladito los hornos. Se amontona la vida toda en cada pequeño espacio de tierra: la carretilla, el camión más herrumbrado que haya visto, la rueda y el pisadero, el cochecito del bebé, la casa, la ropa tendida, la pila de junta, la leña, los perros de nadie sueltos, bolsas para tapar lo producido en cada lluvia y muchas gomas de autos para hacer peso. Todo encimado. Para encender el horno hay que evaluar siempre cómo corre el viento. A veces tienen que hacer fuego a la madrugada cuando el viento para, así el humo se va para arriba. La primera quema es la que desprende el humo blanco, que es tóxico.

Cuando el mango alcanza cada hornito está activo. Se puede constatar a simple vista según tenga o no el pasto crecido. El Ruso tuvo parado el suyo durante seis meses de 2016 porque no lograba vender ni un ladrillo. Sobrevivió con la cosecha, actividad que mantiene los fines de semana, recolectando nueces en pequeñas plantaciones. “¿Y la construcción?” le pregunto. “Es una posibilidad aunque es medio liviano, más para haraganes”.
Hace unos meses vendió su autito y con eso pudo poner en funcionamiento el horno: comprar tierra, junta, bosta, alquilar un auto (“el bati 12”) para hacer girar la rueda en el pisadero. Muchos de los insumos los compran a los expatrones. Solían vender lo que producían a revendedores que imponían precios muy bajos. Ahora los horneros se pusieron de acuerdo y no venden por debajo de 2200 pesos los mil ladrillos. Entonces, en vez de producir mil quinientos ladrillos por día, fabrican mil y recuperan algo de tiempo para descansar y militar lo gremial. El Ruso dice que recorrer la provincia con Fede, El Vasco o el Tuca, es como irse de vacaciones. Tienen la idea fija con la obtención de tierras, la creación de un parque ladrillero, el salario social y el compre estatal (provincial y municipal) de la producción de la economía popular.

¿Podrá ser visibilizada, reconocida, calculada y pagada la larga y cuantiosa estafa a trabajadores, de tantos oficios y actividades? ¿Quiénes son los beneficiarios del sistema de desigualdad y del sistema de exclusión? ¿Cuáles son los derechos populares que haremos surgir de sus obligaciones incumplidas?

Si la juntura predomina como acción política de cada sindicato, la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir volverá a hacer Historia en la prehistórica Confederación General del Trabajo.
Fuente:La nacion trabajadora

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