Daniel Raventós
Hay ricos y pobres. Una constatación trivial. Las causas
aducidas para explicar o justificar la existencia de ricos y pobres son
tan abundantes como las setas en otoño (o a finales de verano cuando la
meteorología es propicia). Hay quien encuentra esta realidad tan natural
como la atracción sexual o la ley de la gravedad. Y la justifica
normativamente: por méritos, por capacidad de iniciativa e innovación,
por motivación competitiva. Cristianos y religiosos en general,
liberales doctrinarios, seguidores de la escuela austríaca,
neoliberales, darwinistas sociales… han aportado distintas
justificaciones filosóficas o pseudofilosóficas ante esta constante
histórica de la existencia de ricos y pobres. Otros la critican a partir
de criterios que pueden ir desde la “inmoralidad” de las grandes
fortunas hasta la ineficiencia económica.
Para la concepción de la
libertad republicana o “republicanismo” como se acostumbra a abreviar,
los factores o elementos explicativos interesantes son, aunque puedan
diferir en la formulación según los autores y las épocas, muy sencillos
de explicar. Para la variante democrática del republicanismo, la
libertad política y el ejercicio de la ciudadanía no son compatibles
bajo relaciones de dominación. Y ¿qué es la dominación para el
republicanismo? La dominación –el dominium en la literatura republicana histórica- es por supuesto proteica, pero la forma de regular la propiedad[1]
ha sido la cuestión más relevante que ha prevalecido y ha conformado
los distintos diseños institucionales que hemos conocido. La “distinción
principal” dirá Aristóteles ya hace más de 2300 años, para entender
cualquier sociedad, es la que se establece entre ricos y pobres. Y lo
que separa a unos y otros en esta distinción fundamental es la
propiedad, la cuestión relevante. Entiéndase bien: relevante no quiere
dar a entender que me refiero a única. La dominación la ejercen los
ricos propietarios sobre todas aquellas personas que no tienen la
existencia material garantizada porque no disponen de propiedad. Lo que
equivale a decir que en una relación de dominación como la que viven la
mayor parte de las personas no ricas, estas no pueden ser libres.
Los grandes ricos, debido a una configuración política de los mercados pro domo sua que este dominio les posibilita, inciden directamente en el imperium, es decir, en la degeneración despótica de las instituciones que podían ser una contención del dominium.
No es escasa precisamente la literatura proveniente de los más diversos
campos académicos sobre la capacidad de los grandes ricos propietarios
para poner a su servicio las instituciones públicas. Lo de las puertas
giratorias sería solamente una manifestación de las más visibles, pero
tan solo una más.
Informe tras informe constata las inmensas
riquezas que de forma constante y creciente está acumulando una
ultraminoría de nuestra especie. Por ejemplo el The Wealth Report 2018 que vale la pena consultar. También son conocidos los de Capgemini y los de Oxfam.
La tendencia implacable: los ricos incrementan en los últimos años su
riqueza, los demás la ven decrecer. Que la crisis ha ido mal a todo el
mundo es una broma malintencionada. Solamente un dato entre muchos
referido al Reino de España: en los años 2012 y 2013, calificados como
los más duros de la crisis económica, la diferencia entre los que
ganaban más y los que ganaban menos aumentó. Las grandes diferencias
entre las fortunas y la total carencia de las mismas crea algo bien
reconocido hasta por las mentes más proclives a justificarlo todo:
desigualdad. Pero para el republicanismo democrático hay si cabe algo
políticamente más importante: el peligro para la libertad de la mayoría
no rica que estas grandes desigualdades suponen.
La propuesta de
la renta básica, una asignación monetaria incondicional a toda la
población, podría significar una gran medida para la mayor parte de la
población no rica. Cierto. Porque esta gran mayoría dispondría de las
bases mínimas para la existencia material, condición para ejercer la
libertad. Y eso es mucho. Pero, quizás a diferencia de otras
interpretaciones, lo que podría esperarse de la renta básica en un mundo
como el actual tampoco sea demasiado. Hace unos trece años, antes por
tanto de la gran crisis económica y las políticas económicas que
atacaron aún más las condiciones de vida de la mayoría no rica, escribía con una amiga y un amigo que ya no está con nosotros:
“¿Qué
puede esperarse, en un mundo así, de una propuesta modesta como es la
de una renta básica? No mucho, si la renta básica es concebida solamente
como un conjunto de medidas contra la pobreza. Menos aún, si es
entendida como una dádiva para los desposeídos del primer mundo; o como
un amortiguador de la crisis de los Estados de Bienestar europeos.”
Y poco después:
“Ahora
bien; una buena renta básica aumentaría la libertad de la ciudadanía;
haría a los pobres y a los desposeídos más independientes. Más
independientes, y por lo mismo, más prontos también a organizarse. Más
capaces de resistir a los procesos de desposesión y de forjar
autónomamente las bases materiales de su existencia social: (…) y más
capaces, también materialmente, de fomentar el asociacionismo y el
cooperativismo, de llevar a cabo iniciativas como las de la recuperación
de fábricas y empresas abandonadas o echadas a perder por la incuria
especulativa de sus propietarios[2].
Más capaces de luchar contra las políticas neoliberales, promotoras de
la polarizada desigualdad entre los países ricos y los países pobres, y
dentro de cada país, entre los ricos y los pobres.”
Que la renta
básica es una propuesta que formaría parte de un conjunto de otras
medidas de política económica y social, incluso de la política sin
calificativos, se ha repetido muchas veces. Es algo elemental puesto que
nadie en su sano juicio pretende que la renta básica puede hacer frente
a todas las realidades que, al menos para las personas de izquierda,
son muy importantes y decisivas en la configuración de nuestras vidas y
existencia. Como ejemplos: el enorme poder de las grandes fortunas y de
las transnacionales que atentan a las condiciones de existencia material
de toda la población no rica, la acelerada degradación ambiental de
nuestro planeta, la política monetaria para embridar al sistema
financiero, las condiciones de trabajo asalariado cada vez más
literalmente semejantes al “esclavismo a tiempo parcial” de Aristóteles y
recuperado por Marx, las condiciones de muchas mujeres en el ámbito
público y privado (es decir, no solamente en la vida familiar sino en la
empresa privada que, según la perspectiva republicana, nunca ha sido un lugar público)
y, para terminar en algún sitio, una realidad política en muchos
lugares completamente apartada del laicismo y la existencia de
monarquías aún legales.
Detengámonos solamente en una medida para
hacer frente a una realidad que configura nuestras vidas. Así, algunos
defensores republicanos de la renta básica, la propuesta debe ir
acompañada de una renta máxima. Entiéndase bien: no se está diciendo que
la renta básica o “va junto a” o no vale la pena, sino que si “va junto
a” más interesantes beneficios según la concepción de la libertad
histórica republicana democrática puede tener. Renta máxima: a partir de
determinada cantidad no se puede ganar más, es decir, 100% de tasa
impositiva. Liberales, simpatizantes de izquierda respetuosos del orden
existente, técnicos de lo viejo conocido, peritos en legitimación…
reaccionan contrariamente ante esta propuesta porque aducen problemas
del tipo: la ingeniería fiscal permitirá eludir la medida, se producirá
fuga de capitales, no incentivará la iniciativa… Republicanamente las
grandes fortunas que por la lógica de las cosas a su dominium agregan el imperium a
su conveniencia, son incompatibles con la libertad de la gran mayoría.
De ahí precisamente que la neutralidad republicana, a diferencia de la
liberal que se conforma con que el estado no tome partido por una
concepción determinada de la buena vida en detrimento de las otras que
puedan existir, exige acabar con los grandes poderes privados que tienen
la capacidad (y la ejercen) de imponer su concepción privada de la
buena vida y de disputarle al estado esta prerrogativa. Cierto que lo
más frecuente no es que disputen al estado esta imposición del bien
privado como público, sino que le dicten lo que debe hacer[3], una muestra de imperium que cualquiera con ojos de ver puede constatar.
Garantizar
la existencia material de toda la población, condición para ejercer la
libertad, impedir que los grandes poderes privados sean capaces de
imponer a su arbitrio los destinos públicos, condición también para
ejercer la libertad, y dos medidas para ello: la renta básica
incondicional y la renta máxima. No son las únicas medidas para combatir
el dominium y el imperium, pues algunas más deberían
acompañarlas como, por ejemplo, determinadas propuestas realizadas con
acierto provenientes del feminismo, la teoría económica y el ecologismo.
Se convendrá, empero, que una renta básica y una renta máxima
conformarían una sociedad que, para la inmensa mayoría de la población,
sería más libre. Esta es la razón por la que muchas personas creen que
vale la pena el esfuerzo de luchar por ello.
[1]
La concepción de la propiedad que el liberalismo hizo posteriormente
suya (hasta hoy) fue la de William Blackstone: “el dominio exclusivo y
despótico que un hombre exige y ejerce sobre las cosas externas del
mundo, con exclusión total de cualquier otro individuo en el universo”.
Por supuesto muy diferente a otras concepciones de la propiedad que ya
contemplaba el derecho civil romano, por no decir la que tenían
republicanos contemporáneos de Blackstone como Maximilien Robespierre.
[2] Este artículo fue escrito para Le Monde Diplomatique del
cono sur en unos momentos en que algunas fábricas y empresas argentinas
habían sido abandonadas por sus dueños y seguían funcionando por la
actividad autogestionaria de sus trabajadores y trabajadoras.
[3]
Rutherford Birchard Hayes, 19 presidente de EEUU, dejó dicho al
respecto algo difícil de igualar en claridad: “este gobierno es de las
empresas, por las empresas y para las empresas”. Actualmente podría
decirse lo mismo de muchos gobiernos sin necesidad de forzar un ápice la
realidad.
Fuente:Sinpermiso
Fuente:Sinpermiso
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