
La
 separación de un afuera y de un otro distinto, perteneciente a una 
clase social inferior, es parte del germen que origina los countries y 
barrios cerrados. El piquete realizado por las empleadas domésticas de 
Nordelta trae al centro de la discusión la discriminación a las mujeres 
trabajadoras de clase baja, señaló en diálogo con PáginaI12 la socióloga
 y doctora en Ciencias Sociales de la UBA Cecilia Arizaga. La 
especialista reflexionó sobre lo sucedido, pero opinó que la 
discriminación a un otro no es una actitud exclusiva de los habitantes 
de Nordelta, sino una tendencia que crece a nivel mundial, producto de 
la creciente desigualdad social. Arizaga, autora del libro Sociología de
 la felicidad. Autenticidad, bienestar y management del yo y directora 
de la carrera de Sociología en la Universidad de Ciencias Empresariales y
 Sociales (UCES), sostuvo que el episodio de las mucamas no tuvo gran 
repercusión mediática porque hay “naturalización de la distancia 
social”. Afirmó que “es algo tremendo porque es muy parecido al 
Apartheid”.
–¿Qué opina acerca de lo sucedido con las trabajadoras domésticas de Nordelta?
–No
 me sorprende. Es a lo que íbamos a llegar. Cuando hacía trabajo de 
campo en countries, se veía como algo bastante latente este rechazo que 
existe hacia un otro. Se veía muy bien esta división por el hecho de que
 las barreras eran materiales. El hecho de que exista una organización 
cerrada con un muro que separe el adentro del afuera generaba, en los 
que estaban adentro, una tendencia a cuidarse en las formas cuando 
tenían que hablar del otro que estaba afuera, especialmente de un otro 
más pobre. Podríamos decir que lo mismo pasaba con los que no eran del 
barrio cerrado, pero también pertenecían al mismo sector de clase media 
acomodada que estaba adentro. Veían con cierta preocupación estas 
barreras ostensibles de distanciamiento social, como las murallas, pero 
había un proceso de cierta dulcificación. Podemos decir que no estaba 
naturalizado de un modo aceptable totalmente el tema del distanciamiento
 tan ostensible de un otro.
–¿Le parece que esta discriminación es propia de la población de Nordelta?
–No, me parece que lo que pasó en Nordelta no es algo propio de ahí, 
sino que podría haber pasado en cualquier barrio cerrado o country. Hace
 unos años hice una entrevista de investigación y la persona con la que 
hablaba me comentó cómo le había impresionado subirse al mismo colectivo
 que usaban las mucamas porque se le había roto el auto. Esto en la 
ciudad es algo insólito de escuchar, no porque no existan las barreras 
sociales, sino por cómo están conformados urbanísticamente. También en 
la ciudad se construye la distancia social. Esto que pasó me parece que 
no se circunscribe a Nordelta, sino que es un proceso que se venía 
dando. Lo que pasa es que antes había cierto resquemor en hablar de la 
distancia social y, por eso, la gente se cuidaba más a la hora de 
hablar. Una cosa así hubiese sido muy mal vista hace algunos años y hoy 
esta noticia no genera la repercusión que debería tener. Es algo 
tremendo porque es muy parecido al Apartheid.
–¿Qué le parece que cambió para que algo así no genere el repudio de la sociedad?
–Hoy creo que la sociedad está naturalizando mucho más la distancia 
social. Tanto la sociedad argentina como las ciudades globales son cada 
vez más intolerantes a un otro más pobre. Cuando hablamos de xenofobia 
vemos que está dirigida al inmigrante boliviano o paraguayo de nivel 
socioeconómico muy bajo. Me parece que en ese sentido las sociedades 
estamos siendo cada vez más desiguales y esa desigualdad se traduce en 
una naturalización de la distancia social. En el caso de las mucamas, 
esas barreras materiales, que pueden ser la muralla o juntar firmas para
 que no se suban a la combi, antes podían generar un gran rechazo y hoy 
pasa desapercibido. Esto sucede porque estamos en un tipo de sociedad 
donde eso ya no es reprochable. No es sólo algo propio de Nordelta. Cada
 vez creamos más espacios en los que no permitimos que entre un otro 
diferente. Estos espacios pueden ser el colegio de nuestros hijos o el 
lugar que elegimos para pasar la tarde un fin de semana. Circunscribir 
este fenómeno sólo a Nordelta sería usarlo como un chivo expiatorio de 
algo que es más amplio.
–¿Por qué le parece que se generó más polémica con el audio de “la cheta de Nordelta” que con lo que pasó con las mucamas?
–El audio de “la cheta de Nordelta” estaba mostrando un quiebre 
dentro del nosotros. Las clases tienen quiebres al interior y lo que 
estaba ocurriendo ahí era que los sectores medios acomodados sentían que
 tenían que decidir si estaban del lado de la cheta o de los que tomaban
 mate al lado de la pileta. Tenía que ver con esta cuestión de que 
estaba tocando a ese “nosotros”. Con las mucamas es claro que no nos 
toca a “nosotros”. Estas mujeres son un otro muy otro y no vemos 
posibilidad de reflejarnos. Este otro les resulta cada vez más molesto y
 perturbador, pero, al mismo tiempo, es funcional al estilo de vida de 
estas clases medias acomodadas. Este otro es funcional porque es el que 
nos trae la comida del delivery, la mucama que necesitamos que venga a 
limpiar la casa, el jardinero, el piletero. Nos resultan funcionales, 
pero se los ve como algo molesto, que quisiéramos no verlo, pero que son
 necesarios para mantener un cierto estilo de vida. Creo que lo que pasó
 con las mucamas no tuvo tanta repercusión justamente porque se 
naturaliza esta distancia social.
Fuente:Pagina/12 
Comentarios
Publicar un comentario