De Buenos Aires al Arco de Triunfo rodeado de los destrozos provocados por los chalecos amarillos
En
la segunda protesta contra el aumento del combustible, la capital
francesa se convirtió en un par de horas en una monumental batalla
campal protagonizada por la policía y grupos de orígenes ideológicos muy
diversos.
Emmanuel Macron visitó ayer una de las zonas de los enfrentamientos, cerca de Champs Elysée.
PáginaI12 En Francia
Desde París
De Buenos Aires al Arco de Triunfo devastado, de la cumbre del G-20 a
los inauditos destrozos que el movimiento de los chalecos amarillos
provocó en París durante las últimas horas: apenas llegó a Francia, la
agenda política del presidente francés Emmanuel Macron estaba cargada de
nubes tempestuosas. La segunda protesta convocada por los chalecos
amarillos en contra del aumento del gasoil dejó un campo de ruinas. 700
detenidos, 140 heridos y varios barrios de la capital francesa
literalmente destruidos por los manifestantes. París se convirtió en un
par de horas en una monumental batalla campal protagonizada por la
policía y grupos de orígenes ideológicos muy diversos. Los fascistas
entonaban por la calle su canto recurrente, “On est chez nous” (Estamos
en casa) mientras que los anarquistas y la izquierda canturreaban el
himno de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi de Francia,
“Le chant des partisants” (El canto de los partisanos). Todas las formas
del descontento se cruzaron en París y muchas otras ciudades para dejar
al descubierto un hartazgo violento que el Ejecutivo ni anticipó, ni
sabe ahora cómo desactivar. Francia se rebeló, se vistió con atuendos
revolucionarios sin que ello implique que se trate de una revolución
social de izquierda o de derecha. Todos convergen en un mismo escenario y
una exigencia común, “Macron demisión”: la extrema derecha de Marine Le
Pen sopla sobre la brazas y la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon
alienta también al movimiento. Ante la sensación de caos y vacío de
autoridad, ambos líderes exigieron ayer que se llevaran a cabo
elecciones legislativas anticipadas.
Emmanuel
Macron visitó el domingo una de las zonas de los enfrentamientos, el
Arco de Triunfo, y luego convocó una reunión de urgencia en la sede de
la presidencia al cabo de la cual decidió no expresarse. Por ahora, sólo
se decidió que el primer ministro, Edouard Philippe, recibiera en las
próximas horas a los representantes de los partidos políticos y de los
chalecos amarrillos (ver recuadro). La chispa que se encendió en otoño
luego de que el Ejecutivo incluyera en su programa sobre la “transición
ecológica” que se nivelara el precio del gasoil con el de la gasolina
normal desembocó en un incendio cuyos actores son la Francia rural, la
de las ciudades pequeñas, la Francia de la gente “que no llega a fin de
mes con sus salarios” (informe de la Fundación Jean Jaurès), la Francia
movida por el sentimiento de que, con su pobreza, está pagando la
riqueza de los otros. Los chalecos amarillos y quienes, oriundos de
territorios políticos opuestos, se van sumando a ellos con el paso de
las semanas, son la radiografía de un país fracturado desde hace mucho.
La fisura explotó en la calle sin que haya líderes identificables,
portavoces o alguien con quien negociar. Es un huracán horizontal, un
movimiento de ruptura poli-ideológico, una erupción que arrasa con lo
que encuentra a su paso. Macron paga en la calle el tributo de su
política y del apodo que se le pegó cuando apenas había asumido la
presidencia en 2017:”el presidente de los ricos”, o el “presidente de
las ciudades”. Esa ironía inicial es la que apunta hoy contra el
mandatario como un arma de grueso calibre.
El resultado de esa bronca es, en París, el decorado de una película
de catástrofes: autos incendiados, veredas levantadas, comercios
destruidos y saqueados, vidrieras hechas añicos, edificios quemados. Un
vandalismo de esa fuerza no tiene precedentes. Muchos de los
manifestantes que se unen a las protestas están allí con la única
intención de sembrar el caos. Los grupúsculos de extrema derecha y los
llamados “indentitaires” (adoradores de la identidad nacional) aportan
la dosis necesaria de desbordamientos y enfrentamientos. Lo que Emmanuel
Macron diseñó como narrativa electoral en 2017 se le vino encima en
2018: el presidente adepto a la globalización contra las fuerzas
localistas o nacionalistas. Es esa Francia local la que hoy se le
rebela. El país de los centros urbanos globalizados se queda en casa, el
otro sale a la calle. La inequidad social y territorial se va
transformando en una masa social en acción, incluso si las protestas no
son en ningún caso masivas. El respaldo, no obstante, crece. La gente
que antes miraba a los chalecos amarillos como si fueran una minoría que
no la concernía ha empezado a respaldarlos. La Argentina de 2001 se
reencarnó en la Francia macronista de 2018, donde circula la consigna
central “que se vayan todos”. El gobierno parece tan perdido que está
contemplando la posibilidad de decretar el estado de emergencia en el
país. Esta vez no sería contra la amenaza terrorista como ocurrió luego
de los atentados de noviembre de 2015, sino contra su propia sociedad.
Apostó por el agotamiento del movimiento y luego por la carta de la
violencia que podría restarle legitimidad a las protestas. El Ejecutivo
perdió dos veces.
La oposición política, Los Republicanos (derecha), la Francia
Insumisa (izquierda radical) y el reagrupamiento Nacional (extrema
derecha, antes Frente Nacional) corren con una red detrás de los
chalecos para capturarlos en sus filas. Sin embargo, hasta ahora, el
carácter espontáneo y radicalmente antisistema de los chalecos
amarrillos les ha impedido capitalizar el movimiento. Los chalecos
amarrillos no dan marcha atrás ante ningún signo del sistema, ni
siquiera aquellos que atañen la historia más profunda de Francia. En el
Arco de Triunfo se encuentra uno de los monumentos más emblemáticos del
país, la Tumba del Soldado Desconocido. El fin de semana, los
manifestantes lo destruyeron parcialmente y lo llenaron de pintadas
contra Macron. El primero de diciembre inauguró el inicio de una crisis
muy peligrosa para la continuidad de las políticas del Jefe del Estado.
Los chalecos, la oposición e incluso varios parlamentarios del propio
partido macronista, LRM (La República en Marcha) le piden hoy al
gobierno que aplique una moratoria al aumento del gasoil. El peligro
está latente del otro lado, en esa convergencia callejera entre extremas
derechas, extremas, izquierdas y gente escasamente politizada contra
Emmanuel Macron.
Fuente:Pagina/12
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